El culto a María de Guadalupe del Tepeyac y la construcción de un mito.
«Si me engaño, habré excitado la desidia de mis paisanos para que probándomelo, aclaren mejor la verdad de esta historia que no cesan de criticar los desafectos.» Servando Teresa de Mier, Sermón de 1794.
Acto 1: Del Púlpito al curul.
Esa mañana del 12 de diciembre de 1794, el fraile predicador Servando Teresa de Mier, cuyo futuro era esperanzador en lo que a sermones se trataba, estaba seguro que renovaría el culto guadalupano con un descubrimiento revelador: los documentos y la información pertinente que ayudarían a confirmar que Santo Tomás había evangelizado estas tierras americanas y que revelaban una nueva interpretación de la historia del símbolo más importante en esta Nueva España: La Virgen de Guadalupe.
Aunque un año antes ya había predicado un sermón sobre la virgen morena, y el mes anterior había hablado de Cortés en el púlpito, esta ocasión era mucho más especial para él puesto que estaba ante toda la élite en el poder en ese entonces: el virrey Branciforte, el obispo Alonso Nuñez de Haro, la colegiata de Guadalupe, encargados de preservar el culto de la virgen del Tepeyac; y toda la corte novohispana, además de un número considerable de vecinos sin ningún privilegio que, sin embargo, iban a escuchar la misa en aquel día tan especial.
El joven predicador preparaba en esta ocasión un tema muy conocido en los círculos intelectuales, pero poco o nada mencionado entre los círculos de poder: la creencia de que Santo Tomás había venido a evangelizar estas tierras en tiempos bíblicos.
Según sus fuentes –una serie de manuscritos y burdas traducciones del náhuatl hechas por un tal Licenciado Borunda– “la imagen de Nuestra Señora [de Guadalupe] no está pintada en la tilma de Juan Diego, sino en la capa de Santo Tomás, apóstol de este reino.” Que para él era ni más ni menos que Quetzalcóatl, cuyo cognomen [cóatl] significa serpiente, pero según su traducción también puede entenderse como gemelo, –de ahí el término cuate– que era justamente el apodo que recibía el apóstol, según el predicador.
“Mil setecientos cincuenta años antes del presente [1794, o sea 44 d. de C.], la imagen de Nuestra Señora de Guadalupe ya era muy célebre y adorada por los indios ya cristianos, en la cima plana de esta sierra de Tenayuca donde la erigió templo y colocó Santo Tomás.”
Cuando los indios renegaron de su fe y dejaron de adorarla trataron de destruirla pero no pudieron ya que Santo Tomás la ocultó y así permaneció hasta que la descubriera Juan Diego a petición de la propia Virgen.
Incluso ella misma fue quien se retrató en la capa del santo, lo que hace de esta imagen un auténtico retrato de María en una época en la que ya se criticaba la legitimidad de algunas de estas representaciones, pues servían a la idolatría, cuando sólo se podía adorar a Dios.
Además de las supuestas fuentes antes mencionadas (los manuscritos y el idioma), el dominico contaba con una prueba palpable y fehaciente de la evangelización primigenia: las piedras recién descubiertas por Antonio de León y Gama en el centro de la ciudad de México y que representaban a la Coatlicue y al llamado comúnmente Calendario Azteca; que al parecer de Servando eran algún tipo de retratos de la virgen y de Jesucristo, respectivamente. Basándose en pésimas traducciones del náhuatl, fray Servando relaciona de manera muy barroca, al puro estilo de Sigüenza y Góngora y de los jesuitas de mediados de su siglo, los rituales precoloniales con la época de la iglesia primitiva.
Por ejemplo, Coatlicue es la madre de Huitzilopochtli, y su nombre significa, según Servando “el vestido de la mujer [que] es la capa del gemelo,” con lo que ajusta ambos mitos a la traducción. Si entendemos que para el fraile Huitzilopochtli significa “el señor de la espina en el costado”, podremos convencernos, –o al menos celebrarle ese barroco ardid intelectual– de que Coatlicue es María, y los sentzohuisnahuac [los 400 hermanos] eran en realidad sacerdotes ordenados por Tomás. Y con todos los nombres en náhuatl con los que se referían a la imagen de la virgen del Tepeyac trata de explicar, para que nos quede bien claro, la relación de Tonanzin –o Teonanzin, madre de los dioses, o en este caso, de Dios– con la virgen: Guadalupe, o según él tequalaloupe, –“la que tuvo origen debajo de la cumbre”–, o bien hueitlama[h]uisoltica, que significa “la espina del médico grande”, o sea la capa del hilo de maguey de Santo Tomás. Vemos, entonces, cómo todas estas interpretaciones son puestas con calzador sobre la retórica del discurso religioso.
Otro argumento que utiliza es afirmar la supuesta intención de destruir la tilma lo cual trata de mostrar con los propios relatos mexicas sobre el desollamiento de la hija del señor de Culhuacán. El sacrificio humano llegó con la apostasía y la partida de Tomás, engañado por un demonio. La historia del sacrificio a Xipe Tótec, quiere referir en realidad –para la realidad de fray Servando– la intención de los bárbaros de deshacerse de la imagen de Guadalupe, y de nuevo mostrándose como un magnífico nahuatlato nos corrige los grandes errores que hemos cometido respecto a ese mito. Así que Tetehuinan de Culhuacán, –la doncella desollada a Xipe Tótec– es la virgen del padre de Culhuacán, es la doncella de santo Tomás.
Para concluir con tan eminente y erudito sermón, nos dice que el símbolo de Quetzalcóatl –las cruces en los árboles– es otro ejemplo de que Tomás trató de evangelizar estas tierras, pero al ver sus intentos frustrados, ocultó todas las imágenes que pudieran blasfemar los indios.
Por último menciona que todas las reliquias encontradas en los primeros años de la conquista –la virgen de Los Remedios, el Señor de Chalma– también son de la época de la gentilidad. Concluye pidiendo a la virgen su intercesión contra la reciente ola de Terror en Francia, colindante con la Madre Patria.
Actualmente toda esta argumentación sería motivo de mofa, punto central de una novela gráfica sobre las aventuras del fraile o hasta víctima de la peor de las censuras: la de los lectores, pues no pasaría de ser una interpretación más del origen de la tilma de Juan Diego. Pero en el contexto de la Revolución Francesa y de la Independencia de las Trece Colonias de Inglaterra en América, aquel presuntuoso discurso no venía mucho al caso que digamos.
El entonces arzobispo de México, Alonso Núñez de Haro y Peralta no sólo censuró el sermón, sino que siguió un proceso de persecución contra aquel petulante orador al que él mismo había ordenado. ¿Por qué?
Aquel sermón de 1794 no hacía más que descalificar el argumento central con el que se legitimó la conquista: la evangelización de los indios; pues afirmaba que éstos ya eran cristianos antes de la llegada de los españoles, y aunque se podría impugnar tal afirmación con el argumento de que éstos habían perdido su fe en el Dios cristiano, esa serie de fútiles explicaciones no eran de importancia ante un proceso como el que le esperaba a fray Servando.
Este sermón tuvo consecuencias que sólo Núñez de Haro lograba vislumbrar: el inicio de una disgregación criolla. Como mejor lo dice el biógrafo de Servando, “El arzobispo percibió [en el sermón de Mier] la amenaza de la independencia y advirtió que la configuración histórica era desfavorable para España. El 15 de septiembre de 1810 el cura Hidalgo le dio la razón en el pueblo de Dolores.”
De ahí que resulte necesario resumir la homilía polémica, no tanto como un mero chisme histórico, si no como el primer análisis, –arcaico, cierto pero– “critico” sobre la aparición de la virgen en el Tepeyac en 1531
Para conocer más:
El discurso de Fray Servando Teresa de Mier está reproducido íntegramente en una antología publicada por Cal y Arena.
La editorial Ayacucho publicó las memorias de Fray Servando, donde se puede encontrar una explicación que da éste a su discurso.
La mejor biografía, hasta hoy, de Teresa de Mier, y de donde tomé la última cita, es de Christopher Domínguez Michael y está publicada por ERA.
Hay un libro magnífico, escrito por Edmundo O’Gorman, que indaga en el mito guadalupano. Es ampliamente recomendable para ateos, agnósticos y religiosos.